Quinta Parte
EL
DISPARO
Hay
algo que debo aclarar. La intención que persigo con la publicación de esta
serie de trabajos “¿Por qué los cazadores apuntamos con ambos ojos abiertos?”;
está muy lejos de intentar dar lecciones a los innumerables experimentados cazadores
que existen. En realidad son ellos los que tienen muchas más
cosas para enseñarme. He querido, de forma simple y breve, aportar un poco de
conocimiento teórico a aquellos jóvenes que se inician en la caza y que
constituyen el necesario relevo a esta actividad deportiva.
Pido disculpas a aquellos que piensen que yo pretendo ser el descubridor del
agua tibia. No es esa mi intención.
Una
vez dominado el encare y la acción de apuntar con ambos ojos abiertos, llegó la
hora de cazar. Para todo cazador que se respete, al menos en la caza menor, todas las piezas cinegéticas se encuentran
moviéndose en el momento de darles caza. Disparar a un pato nadando o a una
paloma posada en una rama, es extremadamente antideportivo y seguramente todo
verdadero cazador condenará esta práctica. Por tanto, nuestros disparos se
dirigirán a blancos que se mueven libremente y a diferentes velocidades en las
tres dimensiones del espacio: alto, ancho y profundidad. También tendremos que
complementar esta información con el factor tiempo ya que la velocidad de las
piezas y los perdigones lanzados por nuestras armas, no es más que una magnitud
física de carácter vectorial que expresa la distancia recorrida en una unidad
de tiempo (Kilómetros por hora, metros por segundo, etc.). Como ya hemos dicho
anteriormente, el disparo de caza es instintivo, pero no se trata de un
instinto nato, en realidad solo se desarrolla después de muchas horas de
práctica y dedicación a este deporte. Hay muchos elementos que son necesarios
en una cacería, pero solo nos enfocaremos en el disparo y, tal vez en un futuro
trabajo, su gran dilema: el adelantamiento. Al moverse los blancos, la decisión
del disparo requiere de nuestras mentes unos cálculos complejos de los que
apenas nos percatamos conscientemente y que suceden en pocos segundos. La
cuestión es aparentemente simple: hacer coincidir en el punto exacto el vuelo
de nuestros perdigones con el de la pieza a abatir. De lograr o no esto,
depende el éxito o el fracaso del disparo. La primera cuestión a tener en
cuenta es la permanente observación de la pieza a abatir. Como ya explicamos en
el tema del encare, desde que iniciamos el movimiento de llevar la escopeta
hacia nuestra cara, tanto nuestros ojos, como la punta de la escopeta deben, en
todo momento, seguir al blanco en un movimiento continuo y fluido. Cuando
concluyamos el encare, ya el arma estará casi apuntada de forma natural al
blanco y solamente necesitará las pequeñas correcciones de las que se encargará
el ojo dominante. Pero aún no es el momento de disparar. Con la misma fluidez
de movimiento, nuestro torso irá girando para seguir el vuelo de la pieza,
apuntando detrás de ella en los sucesivos puntos por los que ya pasó, hasta que
ajustemos la trayectoria del cañón a la trayectoria del ave. Esta es la fase
quizás más “lenta” en la decisión del disparo. Es en ella cuando calculamos el
adelantamiento necesario para oprimir el gatillo. Una vez “montados” en la
trayectoria del ave y que hayamos calculado el adelantamiento necesario,
procedemos propiamente a rebasar el blanco y efectuar el disparo cuando
lleguemos al punto de adelantamiento escogido. Esta es la fase más rápida
previa al disparo. El instante de apretar el gatillo debe estar integrado al
movimiento de adelantamiento. No se adelanta y se detiene el movimiento para
disparar. Si lo hace, con toda seguridad fallará el tiro. Una vez efectuado el
disparo, se seguirá la trayectoria del ave, apuntando igualmente como si no le
hubiésemos tirado. Es importante comprender que se trata de un único movimiento
iniciado cuando detectamos el blanco y comenzamos en encare, que no concluye
hasta que la punta del arma va siguiendo la caída de la presa abatida. Sin
interrupciones. Hay varias razones para eso y vuelvo a compararlo como un drive
bien ejecutado en el tenis, el swing con el bate de béisbol o el palo de golf.
Un tenista completa el movimiento de la raqueta y el cuerpo después de haber
pegado a la pelota. El cazador hace exactamente lo mismo. Hay quienes creen que
esto se hace para, en caso de fallar, poder realizar un segundo disparo y no
les falta razón, pero tal vez no es este el motivo más importante. Si nos
acostumbramos a detener de forma brusca un movimiento que requiere continuidad
y fluidez extremas, lo más probable es que no lo realicemos bien. Nuestra
anatomía se acostumbra a detenerse y esto provoca que en los últimos instantes
del disparo, ya nuestra mente haya dado la orden de “frenar”, por lo que no se
lograría el objetivo. Practique de esta manera y enseguida verá que sus
resultados mejoran rápidamente. El tema específico del adelantamiento es tan
particular, que merece un trabajo aparte.
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